7 minutos.
Por la mañana, cuando salgo de casa, la luz del sol es baja y rasante. Aparece entre los árboles del lado donde se sabe que el horizonte está lejos.
El suelo multicolor de hojas caídas y pasto cruje a cada paso.
Doblo en la esquina hacia la izquierda y los rayos del sol me empujan. Mi sombra se alarga y sigo caminando sobre una alfombra amarilla con verde y ladrillo.
Algún auto pasa cada tanto. El día es luminoso pero no encandila y el azul del cielo es el contraste perfecto para las copas de los árboles medio desnudos. La campera es el abrigo justo.
Llego a la parada del colectivo que empezó su recorrido un par de cuadras antes y va recogiendo vecinos en cada esquina. Todos, aunque sea de vista, nos conocemos y compartimos silenciosamente el viaje.
A mí izquierda, la barranca, límite geográfico y contundente del bajo. Hacia la derecha las casas típicas, desparramadas en orden anárquico, están pintadas de colores y mezcladas entre árboles y plantas como sólo la naturaleza y el azar saben combinar.
El camino serpenteante pasa cerca del puerto donde palos de veleros me dicen que ahí está el agua y la aventura.
Vamos por la calle ancha donde suben unos pocos y menos conocidos pasajeros y empieza el repecho de la barranca que luego se continúa en el túnel bajo las vías y llegamos a la avenida. Se termina mi viaje de 7 minutos.
Cali
Por la mañana, cuando salgo de casa, la luz del sol es baja y rasante. Aparece entre los árboles del lado donde se sabe que el horizonte está lejos.
El suelo multicolor de hojas caídas y pasto cruje a cada paso.
Doblo en la esquina hacia la izquierda y los rayos del sol me empujan. Mi sombra se alarga y sigo caminando sobre una alfombra amarilla con verde y ladrillo.
Algún auto pasa cada tanto. El día es luminoso pero no encandila y el azul del cielo es el contraste perfecto para las copas de los árboles medio desnudos. La campera es el abrigo justo.
Llego a la parada del colectivo que empezó su recorrido un par de cuadras antes y va recogiendo vecinos en cada esquina. Todos, aunque sea de vista, nos conocemos y compartimos silenciosamente el viaje.
A mí izquierda, la barranca, límite geográfico y contundente del bajo. Hacia la derecha las casas típicas, desparramadas en orden anárquico, están pintadas de colores y mezcladas entre árboles y plantas como sólo la naturaleza y el azar saben combinar.
El camino serpenteante pasa cerca del puerto donde palos de veleros me dicen que ahí está el agua y la aventura.
Vamos por la calle ancha donde suben unos pocos y menos conocidos pasajeros y empieza el repecho de la barranca que luego se continúa en el túnel bajo las vías y llegamos a la avenida. Se termina mi viaje de 7 minutos.
Cali