LA RECALADA LITERARIA

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    EL TRIUNFO

    La Recalada
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    Mensaje por La Recalada 10/6/2016, 17:36

    María Alejandra Zazzini escribió:

    EL TRIUNFO
     
    Tocan el timbre. Angela abre la puerta del consultorio. Es la paciente número diez que atiende en el día.
    Está harta de todo, de su familia, del instituto, de los mandatos familiares. Sabe que tiene que hacer algo para salir de esa prisión, todavía no lo tiene claro, pero cree que algo se le va a ocurrir, así no puede seguir viviendo.
    La paciente se llama Mónica, viene porque tiene un problema en las cervicales que le produce vértigo.
    Angela es kinesióloga y osteópata. Pertenece a una familia que toda la vida se ha dedicado a arreglar vértebras. Está cansada de acomodar huesos ajenos. Siente que los suyos no dan más.
    Mónica se queja y le dice que no puede caminar que todo gira a su alrededor que no tiene estabilidad. Angela siente el mismo vértigo que su paciente,  lo experimenta con su vida todo el tiempo.
    -Qué estuviste haciendo para que el cuadro se agudice ?
    Mónica responde que el novio el otro día haciendo el amor la arrinconó contra el placard y que por eso se le agravaron los síntomas.
    Hay que ser pelotuda pensó Angela. Las cosas que tenía que escuchar, si no eran viejos que no se podían mover, eran estúpidas que no se cuidaban. O será que ese comentario la confrontó con la triste realidad de encontrarse sola y no tener nadie que la revolee…
    Angela le hizo las maniobras clásicas para solucionar este tipo de patología, quiropraxia y calor en la zona. Mónica inmediatamente sintió el alivio del trabajo bien hecho. – Qué buena profesional que es.. pensó.
    Le abonó gustosa sus honorarios.  -Cuidate con lo que haces le dijo Angela y la despidió hasta la próxima semana.
    Cerró el consultorio, ya eran las diez de la noche y hacía frío afuera. Se puso el abrigo y caminó lentamente hasta su casa. Como le había dicho su padre, se compró un departamento cerca del consultorio. Y así fue. Su mundo se transformó en unas pocas cuadras que iban desde Peña y Pueyrredón hasta Juncal y Junín. Los neurólogos sugieren  cambiar el recorrido diario al trabajo, eso ayuda a la mente, pero Angela se resistía, las misma cuadras, toda la vida, el resto de sus días. En su casa la esperaba Mia, su gata y el llamado de su padre, como todas las noches. Además de trabajar tenía que reportarse.
    - Angela cómo anduvo la facturación hoy, vinieron todos los pacientes, te comunicaste con Osde por el reintegro?
    Su padre y su hermano también eran kinesiólogos y osteópatas, pero se dedicaban preferentemente a la parte comercial del instituto.
    El establecimiento era netamente familiar, pero como sucede en muchas familias de tinte machista, la plata gruesa la manejaban los hombres… Ella estaba para temas menores, era mujer.
     Angela siempre sintió la injusticia de pertenecer a este tipo de modelo familiar.  - Cómo puede ser que ellos facturen más que yo? Al fin y al cabo yo soy la que sabe más, pensaba, tengo infinidad de cursos de especialización, soy  amable con los pacientes, cierro el consultorio. Algo tenía que hacer… la frustración y el resentimiento le estaban carcomiendo el alma. Esta cotidianeidad estaba arrasando su manera de ser, de ver, de encarar la vida.
    Angela sentía desde sus entrañas la necesidad de ser libre. – Qué es la libertad interior? Pensaba. Seguramente una sensación diferente a la que experimentaba con su existencia. Empezó a considerar la posibilidad de irse a vivir al campo. Siempre le gustó estar en contacto con la naturaleza. – Qué hacía ella entonces en la ciudad, trabajando con su familia atendiendo veinte pacientes por día por dos mangos?.
    Al día siguiente como de costumbre se levantó temprano, desayunó un café negro fuerte y se vistió con su uniforme blanco. Cuando llegó al consultorio ya la estaba esperando Juan, su paciente favorito. Juan era un viejito dulce, amoroso y muy simpático. Había sufrido tres operaciones de columna y ella lo atendía cuatro veces por semana para lograr que tuviera flexibilidad. Angela sabía que la flexibilidad es a la vida, lo que la rigidez a la muerte. Por eso pensaba en todas las sólidas e inamovibles estructuras que la condicionaban y sentía que eso la estaba llevando lentamente a su derrumbe emocional y físico.
    Mientras atendía a Juan, ella lo escuchaba. Juan se quejaba mucho de sus hijos, tenía tres varones. -Ninguno me quiere. Están esperando que me muera, pero no les voy a dar el gusto, exclamaba.
    Sus hijos hubieran preferido otra vida, Juan era millonario, pero creía firmemente que era mejor enseñar a pescar y no dar el pescado servido.
    Cada uno de sus hijos hizo lo que pudo, trataron de desarrollarse con la profesión, pero envidiaban la vida holgada de su padre, sus viajes, sus mujeres. Juan fue un putañero toda la vida. Su mujer murió hace muchos años seguramente cansada de aguantar.
    Cuántas vidas se llevaba el aguante, pensaba Angela. Tengo que mandar todo a la mierda,  a ver si me pasa lo mismo que a la mujer de Juan.
    Los hijos se turnaban para llevar a Juan al consultorio, un día cada uno.
    Todos tenían la misma inquietud, si Juan les dejaría algo o si todo se lo habrían gastado sus mujeres. Cada uno albergaba íntimamente la creencia de que por ahí al viejo le pasaba algo.., si se moría tendrían la herencia. Nadie tenía los huevos para decirlo ni para hacerle nada a pesar del odio que sentían por ese padre que había que atender permanentemente a cambio de nada…
    Un día como cada uno de los tantos, Angela recibe una llamada de un hijo de Juan. -Papá no se puede mover y no podemos llevarlo al consultorio. - Podes atenderlo a domicilio?
    Angela miró su agenda, tenía un hueco a las tres de la tarde. Confirmó la asistencia, de paso salía y tomaba aire, pensó entusiasmada.
    Juan vivía en Barrio Parque, en una inmensa casona de dos pisos. Cuando llegó notó a la empleada preocupada. - El señor no se encuentra nada bien, además esta inmóvil… los hijos son unos desalmados se fueron todos.
    Angela ingresó rápidamente a la habitación y vio a Juan, sumergido en su enorme cama, parecía mucho más viejo que cuando lo atendía en el consultorio, rodeado de almohadas y almohadones, sin poder moverse, pálido, con la vista extraviada.
    Sin embargo se animó cuando la vio a Angela.-Hola, sentate a mi lado tengo algo que decirte. Ella lo miró sorprendida, nunca lo había escuchado hablar en ese tono.
    - Siempre me gustaste, estoy enamorado de vos. Quiero que estés conmigo , tenerte para mí, deja todo y venite a vivir acá. Es más te digo que ya ordené todos mis papeles por si me llegara a pasar algo. Repartí todo entre mis hijos, y a vos te dejé en el testamento un campo, se llama “El Triunfo”, te va a encantar ya lo vas a conocer.
    Angela pensó que estaba soñando, y sin saber si fue la combinación de rechazo por el viejo, por su vida gris y mediocre, porque entró en esa zona oscura del alma o por ese maldito segundo fatal, que tomó una almohada y la sostuvo firmemente, como ella sabía hacer, hasta que Juan finalmente dejó de respirar.

    María Alejandra Zazzini


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