TODO EMPEZO UN 9 DE JULIO DE...

Juan José Merayo escribió:

LA NIÑA
 
Todo empezó cuando la ví, un lluvioso 9 de Julio del 60 en la salida del cine Elite, daban A Plein Soleil, con una mirada me desvalijó para la eternidad.
Injustificadamente la fecha siempre me golpeó la cabeza año tras año y sólo era un aniversario, nada que ver con el tango de José Luis Padula o el sempiterno dibujo de la casita de Tucumán en el cuaderno de clase.
La distancia es el olvido, dicen.
Aquí estoy a miles de millas en un bar del puerto apurando mi consabido desayuno legionario: café colombiano sin azúcar, dos rodajas de pan moreno y una lata de sardinas espolvoreado con ajo en polvo. De postre: chupito de orujo tomado a sorbitos cortos que asegura su acción cicatrizapenas. Desde la mesa de enfrente Hugo Pratt me hace un guiño en blanco y negro cuando pasan dos marineros franceses con camisetas a rayas horizontales. El puerto de Ibiza es un espectáculo continuado.
Por la planchada de un crucero enorme color blanco desfilan turistas italianos con música de Nino Rota, la última es una rubia decadente de tetas enormes llevando un perrito ridículamente minúsculo.
La veo venir. El pelo, largo, rubio, agua de lluvia sedal, se balancea al compás de los zapatos de taco alto, hace daño. Aparece y desaparece entre tenderetes de los hippies que venden porquerías, falda negra corta, camisa blanca, perfecta. Justo por detrás de ella Alan Delon, joven, sale de un banco y se sube a un taxi. Ella deja pasar un Citroen 11 ligero manejado por Jean Gabin y decididamente cruza la calle hacia el bar.
Viene directo hacia aquí, cuando está a unos metros me invade una sonrisa nerviosa y comienzo a levantarme de la silla.
Pasa delante mío, ignorándome.
Se va a sentar con un hippie viejo de pelo recogido y Patek Phillipe.
De mi posición poco airosa, medio levantado y medio sentado, saco ventaja haciéndole un gesto al camarero y dejando veinte euros en una cuenta de cinco, huyendo como una rata sin esperar el vuelto. Los infinitos olores de los chiringuitos del puerto me rescatan y me llevan de
las narices de uno otro: boquerón frito, tortilla de patatas, hamburguesas y otros irreconocibles me remolcan hasta la popa de mi barco.
Aunque la niña no esta como en sus mejores épocas; los barnices descascarados, bronces opacos y cabos un tanto despeluzados, no pueden opacar el arrufo de Sparkman & Stephens y la elegante popa cola de pato. El cartel de letras desparejas, la Niña Charter no mejora la imagen y le da un toque piratesco
Ahora estoy seguro, con los pies descalzos sobre la cubierta teca me siento en casa y refriego la espalda contra el soporte de la botavara de mayor como un gato.
Abu mi marinero hindú me informa por gestos, golpeando tres veces con el puño derecho sobre la palma de la mano izquierda, que todo está bien. No se refiere a la interminable lista de pendientes de mantenimiento y que invitan a la catástrofe en cualquier momento, sino a que todos pagaron.
La azafata alemana ha cumplido con su misión, como mínimo los turistas ya tienen un par de gin-tonic en la bodega, ríen sin justificación, entregados y no darán problema en la navegación Formentera.
Afuera hay por lo menos 20 nudos lo que asegura un cruce rápido por el canal. Pagaron por viajar escorados y es lo que van a tener.
Las velas son muchas y Abu uno solo por lo que el izado de las velas es lento y laborioso, todo es un gualdrapeo de paños, zapatear de poleas, graznar de gaviotas y blasfemias sin destinatario, música.
Cazamos escotas, escoramos, la niña cruje, gime, se alarga y damos unos buenos ocho nudos, ahora el aniversario no molesta.
Con el culo contra la bancada y a través de la caña me llegan las vibraciones del agua acariciando el casco de la Niña.
Me reconoce.
 
Juan José Merayo , Cala Blava 2016-07-04


 

María Alejandra Zazzini escribió:

TODO EMPEZO UN 9 DE JULIO DE 2010.
 
El vuelo BA 244 anunciaba su partida a Londres. Hacía calor en Buenos Aires, Gabriela corría por el aeropuerto, tenía miedo de perder el avión. Llegó justo, asiento 36A, ventanilla. Celebró la ubicación que le asignó el destino, necesitaba contemplar la inmensidad no estaba para hablar con nadie.
Gabriela tenía algo muy importante que resolver al llegar a Londres, de su decisión dependía la vida de ella y la de su marido.
El avión comenzó a carretear, si bien no era católica, rezó un padre nuestro, inmediatamente sintió el alivio de los que se alejan no sólo de la ciudad si no de todas las obligaciones cotidianas.
Después de la cena empezó a recordar el comienzo profesional de Martín, su marido y `padre de sus dos hijos. Se recibió de médico cirujano siendo muy joven, siempre con vocación de servicio sumado a esto una mente brillante y ambiciosa. El día que lo conoció se enamoró perdidamente. Con el tiempo él paso a tener su propio consultorio en la calle Arenales. Gabriela recordaba, que en esa época, oficiaba de secretaria, Martin necesitaba alguien eficiente que lo ayudara, ella era especial para eso, y de paso controlaba un poco, los médicos tienen fama de mujeriegos.
Igualmente Martín era distinto, le gustaba su matrimonio quería formar una familia. Tenía una meta muy importante en su vida quería hacer plata.  
Despúes nacieron los chicos, Julieta y Agustin, ahora ya mayores de edad, como pasa el tiempo pensó Gabriela.. Parecía ayer que empezaban a caminar….
Ensimismada en sus pensamientos Gabriela no escuchó a la azafata –Pasta o pollo? Le preguntaron.
Qué buen ejercicio para empezar a decidir. Pollo le dijo Gabriela y sintió tanto alivio como si hubiera resuelto la importante cuestión que la tenía tan angustiada, motivo de este viaje.
Finalizada la cena y merced a los efectos que le produjo el vino Gabriela siguió recordando. Vinieron a su mente las imágenes de Martín en Harvard, feliz con su perfeccionamiento en el exterior. Las fotos tienen esa sensación de pulsión de muerte. Es ese instante fugaz que transcurre. La vida es una sucesión interminable de secuencias fotográficas meditó.
La ambición de Martín lo llevó a la perdición reflexionó. La debacle comenzó cuando se asoció con otro médico muy reconocido, dueño de una importante clínica céntrica con el que armó un mega proyecto.
Fue a partir de ahí que Gabriela comenzó a notar un enriquecimiento económico desproporcionado para lo que venían viviendo hasta el momento. Viajes a Miami y a Europa, se mudaron a un piso en Recoleta. Gabriela recuerda que empezó a sospechar de las finanzas de su marido y empezó a investigar.
Mientras observaba el ala plateada del avión se repitió lo que tanta veces, se había dicho, con ese profundo dolor que implica dejar de negar, su marido había estafado a su socio, lo había dejado en la calle. Martín, aquel médico que salvó tantas vidas, era un estafador… Cuánto dolor, cuánto engaño económico y sentimental, cómo continuar la vida en común con alguien con doble moral? Cómo seguir amando a quien sólo privilegia el dinero? Cómo querer estar con alguien que arriesga a su familia?
La señal luminosa anunciaba abrocharse los cinturones y prepararse para aterrizar. El avión descendió bruscamente y Gabriela sintió una fuerte sacudida. Fin del viaje, pensó, trece horas de cavilaciones y turbulencias.
Salió del aeropuerto, y sintió el aire fresco en la cara. Tomó un taxi hasta Oxford Street, donde había alquilado un pequeño departamento.
Abrió la puerta dejó su equipaje, y llamó a su abogada. -Inicia la demanda contra Martin, le dijo.
Allá era feriado, 9 de julio, qué coincidencia, pensó, buscando la libertad igual que los congresistas aquel día soleado en Tucumán.
 
María Alejandra Zazzini

Miguel Del Giudice escribió:

Todo Comenzó un 9 de Julio de 2006

 

Camino por la avenida hacia el hospital municipal.

Es un anochecer frío y lluvioso, el viento me empuja. Me hace tropezar con ayuda de la vereda rota.

Ni un alma en la calle, sólo perros vagabundos y luces iluminando la nada.

 

Luego de la partida de almas queridas, una vez más voy a vivir una situación  desgraciada.

Voy al encuentro de mi hermano Sergio. Mi hermano mayor que se halla en su etapa final de una implacable enfermedad.

Jamás nos llevamos bien con él. La vida nos fue llevando por caminos diferentes o mejor dicho, elegimos caminos diferentes y un abismo nos separó.

Hoy siento un remolino dentro mío, bronca, dolor, pena, angustia.

Y me pregunto por qué las cosas no fueron distintas entre él y yo.

Por qué siempre la lejanía, el desamor, el desencuentro.

Cómo se podría volver el tiempo atrás y que las cosas fuesen diferentes.

 

Al ser feriado ingreso al hospital por la guardia. Media docena de cabezas giran al verme pasar, sus miradas piden ayuda calladamente, el dolor en su máximo silencio.

El lugar es atroz, insoportable.

Sigo caminando por el pasillo que desemboca en la sala de pacientes en condición “sin retorno”. Me cruzo con la enfermera que viene de la cama que voy a visitar y me mira muy preocupada.

El esta solo, dopado, a pesar de tener la dosis máxima se nota nervioso no para de moverse como queriendo liberarse de sus ataduras químicas. Está entre biombos que lo separan del resto. Le hablo, le pido que se calme, que se deje llevar, que todo va a ser mejor, que no tenga miedo.

Le tomo la mano, se calma, mueve su cabeza y me entrega sus tres últimos latidos, que siento nítidamente en mi mano derecha.

Una presión en mi cabeza no me deja llorar, no puedo llorar. Maldigo mil veces no poder llorar y poder desahogarme de este insoportable dolor. Trato de calmarme. Respiro hondo. Miro a su alrededor, sus pertenencias ya sin dueño. Cartas, dibujos de sus nietos, pegados en la pared. Un bolso repleto de ropa desordenada, con el cierre roto. La radio despertador sintonizada en un comentarista de futbol que seguía su relato ajeno a todo.

Llega su ex novia, la única que estuvo a su lado hasta este momento. Su último momento. A pesar de ser despreciada una y mil veces. Ella está ahí, como un perro fiel a su lado bancándose todo sin chistar.

Empieza el circo de la muerte. No lo soporto. Ya no hay nada que hacer ahí.

Vuelvo a la calle a caminar sobre mis pasos. Mi cabeza no para.

Empieza un inventario  de mi vida.

Diabólico, inmanejable, la mente martilla y martilla sin parar mis restos vivos.

Siento intensamente en mi cuerpo los dolores, que mi hermano dejo de sufrir

Cuándo me toca? me pregunto una y otra vez.

Que tenés planeado para mí?

Cómo tienta la comodidad de la víctima y dejarme llevar.

 

Qué estoy haciendo, qué estoy esperando para dar un golpe de timón y no caer en esta trampa.

Me queda remar con todas mis fuerzas o el remolino me arrastrará hasta tragarme.

Me arrastrará hasta hacerme pasar por ese agujero negro que me está esperando desde el mismísimo instante en que nací.

Como un cuervo que se acerca al animal herido y espera pacientemente.

Una vez más un drama complejo de la mente, tiene una natural solución.

Darse cuenta.

Darse cuenta para cambiar.

Darse cuenta para Amar, acercar, agradecer, andar por la vida con los brazos abiertos. Perdonar! perdonar! perdonar!

Puedo decir que hoy 9 de julio de 2006, la sensación de estar vivo es diferente.

Ya no me fastidia la lluvia, tampoco el frío. Hoy comienzo de nuevo y agradezco al universo, el estar vivo.

Por Miguel Del Giudice

Marcelo Carrete escribió:

Desde aquellos días el protagonista del relato estira las cuerdas de su guitarra para comprobar que sigan templadas como entonces. Conforme, cuando escucha que aún suenan como antes, acomete una nueva canción...

 

TODO COMENZÓ AQUEL 9 DE JULIO DE 1970.

 

“Sr. cura párroco, Sr. Supervisor Zonal, Sra. Directora de Nivel Primario, Srtas. Maestras,  alumnos: hoy estamos reunidos bajo el mismo cielo que alguna vez, hace ciento cincuenta y cuatro años, un grupo de criollos llegados de distintos rincones de nuestro vasto territorio…“

 

En la primera fila, con su impecable delantal blanco, en posición de firme y luciendo la escarapela en la solapa izquierda, a él sólo le interesaba el primer número del acto. Poco le importaba el discurso de apertura en la voz de la Señora Rectora.  Entre sus manos sostenía el brilloso mástil de su impecable guitarra nueva. Una cinta celeste y blanca colgaba del clavijero y flameaba con la brisa que se colaba desde el patio.

 

“-y continuando el legado de aquellos hombres de Mayo, en el entendimiento de la necesidad de una patria organizada institucionalmente en base a la unión de los territorios que  componían sus pueblos y que por fin rompa con las cadenas que la ligaron durante siglos a la monarquía reinante…”

 

Toda la semana soñó con ese momento. Los ensayos lo habían tenido como el primer el asistente y el último en retirarse. Cada uno de los cuatro acordes, los había repasado hasta casi el cansancio.  La zamba era Balderrama y el grupo estaba compuesto por cuatro guitarras que ejecutaban los varones y dos niñas cantaban. Era su primera presentación en público más allá de cumpleaños o reuniones familiares donde siempre cosechaba aplausos y felicitaciones.

 

“… y precisamente en Tucumán comenzó a corporizarse la patria como la conocemos hoy. Una patria con identidad definida, con bases sólidas. Como la soñaron aquellos patriotas que dejaron su vida en tanto campo de batalla…”

 

La noche anterior su papá se la había lustrado con aceite de nuez que, según el vendedor, era lo más efectivo para realzar su brillo y suavidad. Con disimulo, para no llamar la atención de su maestra, le dio un último vistazo para comprobar que estaba reluciente. El discurso se le estaba haciendo muy largo y esto alimentaba su ansiedad de salir al escenario por fin.

 

“… y en la continuidad del acto, alumnos de 5to grado “B” interpretarán la zamba de Balderrama…”

 

Es muy probable que para la mayoría del alumnado el número interpretado por los chicos de 5to grado no haya sido más que un eslabón que alargaba el tedioso acto y con ello el momento de la salida para disfrutar realmente el feriado. Pero él, durante esos tres minutos que duró la canción, disfrutó de uno de sus mejores momentos del año. 

A partir de ese día, cada acto patrio o fiesta de fin de curso lo tuvieron como “animador” junto a su guitarra, que nunca perdió el brillo. Lentamente los otros guitarristas se fueron alejando. El folclore no era muy popular entre los más chicos y en los actos patrios no se permitía incursionar otro género.

Los años pasaron y cada vez que la abraza, su mente se posa, al menos por unos instantes, en aquella fría mañana de Julio.

La vecindad habitada sólo por esos cuatro acordes primigenios, con el tiempo, se fue poblando de  cejillas, escalas, cadencias, séptimas, novenas, etc. Pero en el fondo, siempre sonrientes,  ahí están ellos. Porque con ellos empezó todo… un  9 de julio.

 

Por Marcelo Carrete

 

Gustavo Goldschein escribió:

9 DE JULIO DE 1977

Por Gustavo Goldschein

 

La salida de Buenos Aires fue repentina. Estar en el aeropuerto de Ezeiza me resultaba extraño y al mismo tiempo interesante. Carritos que iban y venían, altavoces aturdibles anunciando partidas y llegadas, pasajeros caminando apresuradamente por las salas con sus valijas a cuestas.

El avión salió a horario y no podía creer que estaba volando rumbo a Barcelona, ¿cómo sería vivir en España?. Inmediatamente después de que nos sirvieron la cena me relajé a tal punto que dormí casi todo el viaje y desperté con el desayuno servido, faltaba muy poco para el arribo. Era mi primera vez en Europa y la expectativa crecía minuto a minuto en la medida que aterrizábamos.

Ya a la salida, mi gran amigo Fernando me estaba esperando con su novia, nos fundimos en un fuerte abrazo. El ya estaba viviendo en Barcelona hacía más de un año, fue de la primera o segunda camada que se rajó de apuro de Buenos Aires. Fuimos a su departamento, dejé mi equipaje y salimos a caminar los tres por los alrededores para hacer un reconocimiento del barrio. Con los días me fui acomodando y familiarizando con la ciudad y no pasó más de una semana que conseguí entrar a trabajar en un bar en la Rambla como camarero.

Me distraía mucho ese trabajo, siempre había movimiento de turistas y no faltaban las charlas con ellos para atender sus preguntas turísticas. La paga era razonable y las propinas generosas, lo cual me permitía colaborar con el alquiler del departamento y vivir sin que nada me faltara.

Los días de franco los aprovechaba para recorrer la ciudad y visitar los museos. Me atrapó la arquitectura de los edificios, con sus grandes balcones y sus formas antiguas de diversos colores. Con el tiempo me sentía como un catalán más. Me hice de un grupo grande de amigos, algunos en común con Fernando, otros que conocí por ahí. Algunos fines de semana nos escapábamos a la playa o la montaña y también a algunos pueblitos cerca de la ciudad, esos que te vas a pasar el día.

Pasaron los meses y cada día me sentía más a gusto en Barcelona, me enamoré de la ciudad, sus sitios, parques y su gente, el tiempo volaba y siempre dejaba cosas pendientes para hacer.

 

Una mañana mientras servía el desayuno a una pareja de turistas, me preguntaron sobre el recorrido para visitar las obras de Gaudí. Eran argentinos, porteños que viajaban por toda Europa. Entre sus pertenencias había en la mesa apoyado el diario Clarín,  y mientras tomaban su café y conversábamos, vi que en la primera hoja el titular decía “Hoy se celebra el día de la independencia” y como subtítulo “ Gran desfile militar en la Av 9 de Julio”.

-Mi Buenos Aires querido… , hacía meses que me lo había borrado de la cabeza, pero la sangre tira.

Se me hizo un nudo en la garganta, los recuerdos aparecieron uno tras otro invadiendo mi campo mental, una tormenta de pensamientos!

 

En la facu la pasábamos increíble, se estudiaba poco y se jodía bastante.

Con las agrupaciones se vivían momentos de mucha adrenalina cuando discutíamos nuestras ideologías.

 

A mis viejos los veía poco, pasaba la semana volviendo a casa a la madrugada y a veces me quedaba a dormir en lo de algún amigo. De todos modos ellos me daban mucha libertad y no se involucraban mucho en lo que andaba yo.

 

Los Domingos eran sagrados. Nos juntábamos al mediodía todos los primos con mis tíos y mi abuela en lo de Tía Marta, y entre ravioladas y tinto se hacia la hora de escuchar a Boquita.

Por la noche pizza con mis amigos, donde en nuestras largas charlas nos enterábamos de los compañeros que desaparecían.

 

Sin quitar mi vista sobre el periódico me di cuenta de lo mucho que extrañaba Buenos Aires, la familia, mis amigos, las calles, los techos, los aromas, los barrios, las salidas, en fin mucho de donde había nacido y crecido. También el dulce de leche, las medialunas de la panadería de la esquina de casa y las rondas de mate.

Me acordé de las milanesas que mi vieja me hacía, me las devoraba hasta terminar con la fuente y las salidas de pesca con mi viejo a la laguna de Chascomús, donde charlábamos largo y tendido mientras tirábamos unas tiritas de asado y unos chori en la parrilla.

 

Sentí fuertemente el desarraigo, como un corte en el cuerpo que dolía sin aflojar.

Perdí contacto con mis amigos de la infancia que no estaban comprometidos con la causa, ya hacía meses que no tenía noticias de ellos, un desgarro importante.

La nostalgia se apoderó de mí y fue difícil convivir con ella mientras tenía que atender las mesas del bar.

 

Cuando terminé el día de trabajo salí y no tomé el subte. Caminé por la ciudad sin rumbo y me perdí por sus calles, tal vez buscando alguna imagen urbana familiar de mi ciudad natal.

 

Por Gustavo Goldschein

Mirta Lanfranchi escribió:

OCURRIO UN 9 DE JULIO …

Autor Mirta Lanfranchi

 

Me despertó  la llamada telefónica automática del hotel, que yo había pedido la noche anterior. Eran las 6,30 am.

Como estaba profundamente dormida tardé un momento en orientarme en tiempo y espacio.

Revisé rápidamente las conferencias que tenía que dar a la mañana y luego de un duchazo, me vestí y bajé a desayunar.

Allí me estaba esperando Ivette, una mujer de mediana edad, muy amable y educada que luego me llevaría al auditorio Ghandi, en la ciudad de Hyderabad, India.

Nos saludamos, me sirvieron el café y el jugo de naranja y enseguida los huevos revueltos con tocino que tanto me gustan.

Estaba en ese momento de relativo apuro cuando a modo de conversación Ivette me dice: sabe  doctora que su país salió en la primera plana de los diarios de aquí?

Lo primero que pensé fue “sonamos” y ahora en qué lío nos habremos metido.

Yo estaba perturbada, no sabía si preguntar o dejar correr la conversación y que ella me dijera el motivo. Pensé… el gobierno?... una bomba, dónde ¿y por qué?, alguna macana política?, y ahora a quién le declaramos la guerra?...

Por supuesto eran mis preguntas interiores, a la velocidad del sonido.

Con una tímida sonrisa y seguramente expresión de absoluta tranquilidad, haciéndome la canchera, dejé pasar unos segundos. Se me estaba atragantando el café, el juguito, los huevos y el tocino crujiente y rico, todo junto.

Ivette en ese momento abre su bolso y saca un diario con ademán de mostrármelo y me dice: esta es la noticia, no se si será frecuente en su país.

Me dio ganas de decirle: si de kilombos se trata, de los por hecho. Pero como una lady acepté el periódico y me indicó cuál era la noticia.

Comencé a leer y mi alivio y alegría eran de tal magnitud que casi de un salto la abrazo a ella y al camarero, al cocinero y a cuanto huésped se me cruzara.

Era un día memorable, imborrable en todo sentido. El 9 de julio del 2007.

Sí, conmemoración de fecha patria y con un condimento casi inédito: ese día había amanecido nevando en la ciudad de Buenos Aires, luego de casi noventa años de no suceder.

Enorme alivio el que sentí y la necesidad de explicarle qué significaba para los argentinos ese día y remontarla a 191 años atrás con toda la historia y personajes de aquella época.

Después de una brevísima síntesis patria terminé mi desayuno y partimos, yo más relajada, a cumplir mi misión.

Después, en el transcurso del día, fui recibiendo noticias y fotos de mi ciudad, que aunque en otro contexto, otro momento histórico y otra geografía, blanca esa vez, festejaba con alegría un aniversario más de un hecho histórico fundamental para todos los ciudadanos.

Por Mirta Lanfranchi

Lobo Gianelli escribió:

MI 9 DE JULIO
 

Los feriados siempre han sido y serán  esos días relacionados con el “dolce far niente”, con la posibilidad de una navegada prolongada si empalma con un fin de semana, o para poner manos a la obra en esas labores que nos tienen reservadas las “patronas”, tales como ordenar el galponcito del fondo, o meter mano al jardín, etc…

Pero el  feriado del 9 de julio de 1969 para mí fue diferente.

A las cinco de la mañana en punto con estridente y prolongado silbato, saltamos de la cama y tras los saludos de rigor nos dirigimos a los baños, cepillo de dientes en mano, y después de una cuestionable higiene volvimos corriendo a la cuadra a vestirnos de fajina, debiendo previamente  tender la cama con sábanas y manta “perfectamente” estiradas, cual paño de billar, donde ninguna arruga ni doblez pudiese ser percibida por el severo e implacable ojo del Suboficial a cargo.

Lo siguió un  mate cocido con un pan duro y de ahí, a lustrar los borceguíes hasta gastar el cepillo y  betún, dejando los borcegos brillantes como picaporte de iglesia. Luego cada componente del uniforme fue prolijamente escrutado haciendo hincapié en el planchado, los botones en el lugar correcto, nada dejado al azar.

¡Todo perfecto!

A continuación le siguió el fusil, un viejo Máuser del 1892, con todos sus accesorios incluida la bayoneta que debería lucirse como si fuera nuevo, a pesar que ya había cumplido servicios en la campaña del desierto con Roca a la cabeza.

A media mañana nos hicieron empilchar con los impecables uniformes y los borceguíes lustrosos,  y a puro silbato empezaron a movilizarnos de un lado para otro.

Las órdenes y contraórdenes se confundían con los taconeos y la manipulación de los cerrojos de los viejos Máuser.

El Cabo con el Sargento, el Sargento con el Teniente -en un perfecto orden desordenado- cambiaban las órdenes quedándonos a nosotros, los colimbas, bien claro la orden contradictoria de estar donde no estábamos, debiendo estar en realidad donde estábamos pero del otro… Eso sí, a donde fuésemos debíamos ir  rápido y en formación.

Logramos después del largo peregrinar, de una punta a otro de batallón, que nos emplazaran en el Patio de Armas rodeando el mástil militar, recién pintado, donde nos fuimos ordenados por regimiento, compañía, agrupación y todas esas cosas que nunca termine de entender.

Próximo al mediodía, con los familiares presentes, el Teniente bajó la orden del Capitán que a su vez había recibido del Coronel que cumplía instrucciones del General, para dar inicio a la ceremonia y desfile militar.

En ningún momento faltaron los silbatos como así también las órdenes marciales en tono firme y cortante e incuestionable, aunque al minuto toda lo indicado debía ser cambiado para volver al punto inicial u otro como ser: ¡Firmessss!, ¡Descasooo!

 

En medio de esa multitud, donde teóricamente estábamos todos igualitos, pelo cortito, uñas limpias y botas lustradas, cada uno de nosotros nos sentíamos importantes y especiales.

 

La banda rompió con todo.

Los instrumentos de bronces brillaban, los redobles batiendo en los parches de los tambores, con las tradicionales marchas militares ocuparon todo el espacio, logrando en nosotros una emoción o sentimiento difícil de explicar, porque nos  empezábamos  a poner en contacto con un hecho único en nuestras viadas para el cual habíamos pasado largas y duras jornadas de instrucción en un batallón al que llegamos con nuestros juveniles 20 años, contrariados por tener que dejar nuestros estudios, el confort de nuestras casas y la protección de nuestras mamitas.

La realidad nos golpeó fuerte, nuestro orgullo, vanidades y demás “virtudes”, nos las reubicaron de un día para otro. Seguramente en esos días empezamos a ser hombres.

 

Acompasando el redoble de los tambores golpeando fuerte nuestros tacos contra al piso, izquierda derecha, izquierda dech… erguidos, portando con orgullo nuestro Máuser con la bayoneta  calada,  Juramos la bandera.

 

Después la historia y la vida nos fueron llevando por mil caminos contradictorios respecto a esa inolvidable colimba.

 

Pero ese 9 de julio de 1969, yo jure por mi patria y mi bandera.

¡Inolvidable!

 
 
Por Lobo Gianelli

Santiago Gonzalez escribió:

TODO EMPEZÓ UN 9 DE JULIO DE 1816

 

Por donde estuviese Juan siempre era un forastero, nunca aparecía dos veces en un mismo poblado, un viajero de aspecto gris y de pocas palabras, entraba como salía de los poblados sin entrometerse con nadie y sin que nadie lo molestase.

Ajeno a las guerras que sucedían  se adentraba en los poblados para conseguir ginebra, y le daba una mirada de reojo a los anuncios de la época. Sin estar más de lo necesario, seguía montando hacia el sur.

 

Su compañero, Chucho, era un buen caballo, su dueño anterior le había puesto ese nombre desde que un pampero derrumbo su establo con los caballos dentro. Desde entonces nunca quiso meterse bajo ningún techo, y algunas noches cuando sopla fuerte, Chucho se refugia detrás de un árbol y empuja el tronco con su cabeza para evitar que se caiga.

 

Su periplo era ir hacia sur, siempre mirando de reojo al amanecer con el ojo izquierdo, mientras Chucho como todas las mañanas avanza con su ambladura.

Tanto tiempo juntos yendo al sur que Chucho va solo bordeando un río, no hace falta que lo guíen. Juan, mira el paisaje mientras con su navaja talla un rostro sobre una madera, pero de repente Chucho comienza a relinchar, siente algo y detiene su paso, sigue relinchando indicando que hay algo que no es bueno por delante.

 

Juan desmontó, y comenzó a caminar lentamente hacia delante, con las riendas en una mano y el facón en la otra. A pocos metros entre dos rocas apareció un puma, que al escucharlo sin mediar peleas devolvió la mirada y se alejo rápidamente. Juan avanzando hacia el lugar donde estaba el puma y se sorprendió al ver un perro salvaje tendido a la orilla del río mirando al cielo y mal herido. Se acercó lentamente para comprobar si estaba vivo. Tenía una respiración lenta y tosca, y algunas heridas abiertas de la batalla.

Con todo el desdén del mundo Juan estaba preparando el facón para… pero se detuvo cuando el perro giró la cabeza y le dio una gran mirada de perro, como pudo le quiso dar la pata, Juan le rascó la cabeza un poco y el perro respondió moviendo la cola.

 

Juan, habiendo sido timado por el perro, decidió intentar curarlo, lo cargó y fueron galopando hasta el poblado más cercano para buscar algún curandero o conseguir algunas medicinas indígenas. Ya de noche, sintió algo de alivio al ver un poblado muy grande, las luminarias encendidas en las calles, la ciudad se llamaba San Miguel de Tucumán.

 

Entrar en la ciudad sin ser notado, excepto por aquellas personas que trataban de ver qué era lo que llevaba entre sus brazos, ya cerca de la hora del toque de queda, notó que la gente seguía en las calles, ajeno a todos los sucesos sociales, Juan consiguió unas medicinas, un buen lugar para hacerle las curaciones al perro y descansar un poco.

 

Al poco tiempo las heridas del perro estaban  sanando, Juan se había encariñado, así que lo llamó Gringo. Y viendo que el Gringo no tenía intenciones de separarse de su nuevo amigo, Juan decidió proseguir su periplo sumando a su nuevo amigo a la tropa.

 

Al intentar salir de la ciudad, Juan notó que muchas cosas estaban ocurriendo por las calles, pero no era su voluntad enterarse de qué era lo que pasaba. Como si fuese un fantasma siguió avanzando hacia el sur sin ser notado, ya casi sobre el límite de la ciudad Chucho se detiene y relincha, esta vez, había sentido el aroma al licor que salía del boliche, sin bajar del caballo Juan compró una manzana para Chucho y una botella que puso en su alforja, le dio dos palmadas a Chucho, y procedió con su ambladura hacia el sur.

 

Fue un día más para Juan, otro día más para Chucho, fue un nuevo día para toda una sociedad, y fue el día en el que todo empezó para Gringo, quien desde entonces acompañaría a sus dos nuevos amigos.

 

Por Santiago Gonzalez

Lobamaga escribió:

LA INDEPENDENCIA DEL APEGO

Un 9 de julio de 2016. Estoy triste y es igual sentir una flecha atravesando mi pecho. Inmersa en el mar de la toma de decisiones difíciles para mí. Será el tiempo de la independencia del apego? Sé que PARA ALGO aparecen las situaciones en el momento justo y sé que no es ni un minuto antes ni uno después... el momento exacto. La tristeza me invade desde las entrañas. Tiempo de soltar. Ser libre de cadenas que atan, lastiman, enferman. Ahora bien y si con la decisión que yo creo mortal todo y todos estamos mejor? Y si es distinto a como lo pienso? Cómo cuesta desaprender el camino de lo que se supone que se debe hacer. Independizarme del apego, es por ahí! Llega la independencia. Es el principio.