LA RECALADA LITERARIA

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LA RECALADA LITERARIA

PUERTO DE ESCRIBIDORES


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    DUENDES

    alita
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    Fecha de inscripción : 30/04/2016

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    Mensaje por alita 22/5/2016, 16:07

    LOS DUENDES DEL RIO
    Por Alita Wexler


    Ese día, la cubierta amaneció llena de duendes.

    Corrían por los corredores, bailaban en el cockpit, hacían equilibrio sobre la caña, jugaban a saltar la soga con las escotas, hacían carreras sobre los patines, se deslizaban por el traveler. En fin. Un caos!
    Hasta había uno en el tope del mástil utilizando la antena de VHF como una suerte de instrumento musical de frotación! Un horror!
    Los echaba de un lado y aparecían por el otro. Los amenazaba y se reían. Les imploraba y se mofaban. Cuando un chiquitín se salvó de caer al agua al quedar colgando de su gorro en la punta del botalón, se calmaron un rato. Pero al poco ya estaban haciendo sus tropelías otra vez.
    Quería que se fueran antes de que llegara él.
    Entonces los soborné.
    Me comprometí a escorar hasta poner el palo en el agua ni bien recibiera la primera racha de la mañana, y eso les encantaba! Se trepaban todos al mástil, peleando por la cima, y era su mayor diversión columpiarse hasta mojar las calzas en el agua e inmediatamente salir disparados hacia arriba otra vez. Luego, se bajaban deslizando por el mástil como por el palo jabonoso, esquivando graciosamente las crucetas.
    La racha tardó en presentarse esa mañana, así que tuvieron tiempo suficiente para enredar todas las drizas, desanudar todas las lascas, aflojar alguna que otra chaveta y otros desmanes que no alcancé a detectar.
    Cuando llegó él, los duendes huían por el muelle sacudiéndose los traseros entre risas y saltos.
     
    DUENDES 2lm8efa



    El subió abordo con el gesto hosco que lo caracterizaba. Estaba apurado por zarpar. El río estaba bajando con fuerza, podía sentirlo correr por debajo de la quilla. Si no salía enseguida, no tendría agua suficiente para atravesar las zonas bajas frente a la punta Anchorena.
    Encendió el motor, amarinó y soltó amarras.
    En pocos minutos dejamos atrás la bocana de la marina. El delegó el comando en el piloto automático y pusimos proa hacia el Sureste. La brisa del Norte inflaba las velas y nos llevaba con franqueza por nuestra derrota. Ya no fue necesario el motor. El río estaba desierto y el silencio era total en aquel martes 13 de un mes de otoño que no olvidaré.
    El se movía con precisión. No dudaba, no tropezaba, no trastabillaba. Jamás. Sus pies parecían adheridos a la cubierta como los de un equilibrista a la cuerda floja. Conocía el lugar exacto de cada herraje y de cada cabo. Habría podido navegar con los ojos vendados.
    De hecho, no era mucho lo que veía con su único ojo sano. Y parecía que tenía vista de águila cuando oteaba el horizonte con su mirada azul! Era intuición su temprana detección de boyas a lo lejos. Era experiencia. Era una vida en el agua. Pero no era vista de águila. No.
    Los años de viento y el sol se le notaban en la piel. Su cuerpo enjuto y algo encorvado escondía el secreto de una fuerza que pocos hombres podían igualar. Una sonrisa casi infantil confería a su rostro un dejo de inocencia que hacía de su sagacidad y de su experiencia una agradable sorpresa.
     
    Ya habíamos superado la Punta Anchorena. Rocé apenas el fondo, arando como dicen ellos, en un remolino de lodo que alentaba el paso. Finalmente alcanzamos a tiempo aguas más profundas. Pasamos el peligro de varadura y nos relajamos los dos. Con la proa siempre al sureste, avanzábamos suavemente al ritmo de la leve brisa que se había establecido definitivamente del Norte y era apenas una caricia presentida en las velas que, completamente filadas, gualdrapeaban cada tanto su impotencia.
    El se hizo un mate y puso la música que disfrutamos juntos. Las guitarras eran su debilidad. Clapton. Hendrix. BB King. Tomatito. Villa Lobos. Todos.
    La guitarra de Santana lloraba su espinado corazón cuando la primera línea de inestabilidad silbó en un do agudo entre los obenques y lo hizo salir de la cabina para estudiar el cielo.
    Ya estaba encima nuestro casi. Un cigarro perfectamente definido avanzaba al galope tendido desde el sudoeste levantando polvareda.
    Pero él no se sorprendió. Lo estaba esperando. Habíamos dejado atrás el puerto de Buenos Aires y teníamos el Este franco. Me dijo: Démosle gusto y dejemos que nos haga correr.
    El calmón que anunciaba la tormenta nos había dejado sin camino, pero nos arreglamos para apuntar al Este. Tomó un solo rizo en la mayor, enrolló apenas la genoa y filó escotas para darme alas. No nos retobaríamos. Nos acomodaríamos al ritmo que impusiera el pampero, de la misma manera que bailamos al compás de las cadencias de Santana y no se nos ocurre bailar a contracompás ni quedar inmóviles en medio de la pista.
    Yo me sentía segura, como siempre con él.
    Donde otro capitán achica el paño hasta el mínimo posible, él quiere verme navegar con agilidad. Barrenar las olas. Tener velocidad. Estar relajada para recibir el viento sin contracciones ni tensión. Es más fácil quebrar una vara que un junco solía decir. Y me convertía en junco corriendo el temporal.
    Así nos encontró la racha, violenta y feroz como latigazo en la espalda.
    Pero yo corría dócil, empujada por las olas que se estaban formando, impulsada por el viento que ya venía descargando lluvia en gotas filosas como alfileres. Mis velas se acomodaban grácilmente a los embates del viento. El piloto automático llevaba el rumbo con mano dura y certera. Y yo bailaba al compás del temporal. O de Santana. No lo sé bien. Ya no sé quién imponía el compás. Hasta llegué a pensar que el pampero bailaba al son de la guitarra espinada. O tal vez Santana desde el disco había apurado el ritmo al son del ventarrón. No lo sé. Pero todo sonaba tan bien! Y yo me movía al compás.
    Embelesada de placer corrí y corrí el pampero totalmente olvidada de él.
    No sé cuánto tiempo pasó así. Recuerdo que en algún momento dejó de llover, las rachas se aplacaron y se estableció un viento duro pero constante, fresco pero confiable, que me llevó como de la mano hasta la costa orientala y hasta el anochecer.
     
    La costa se acercaba aceleradamente. Veía cada vez con más detalle la silueta de los árboles. Una oscura escollera empezó a despegar del fondo amenazadoramente. Hacia ella me dirigía en línea recta, la proa apuntando al centro geométrico del segmento rocoso. Había adquirido velocidad y galopaba sobre el río como un potro desbocado. Santana espinaba corazones por enésima vez. Se imponía un cambio de rumbo, y también de disco por cierto, pero ... dónde estaba él? No sentía ningún movimiento en mi interior. No escuchaba nada. Ni un aliento. Ni un roce. Nada ...
    Con esfuerzo traté de recordar lo último que supe de él y ubiqué su imagen apoyada contra el guardamancebo de popa vaciando el séptimo mate de la jornada ... Se me cortó la respiración, salteé varios latidos! No era posible! El, con sus pies siempre adheridos a la cubierta. El, que no trastabillaba jamás. El, que podía navegar con los ojos vendados ...
    Dónde está él! quise gritar y fui muda. Dónde está?, casi lloré. Dónde ... dónde está él?
    Devastada por la sospecha de lo que podía haber dejado a popa y aterrorizada por la certeza de lo que se me venía a proa, deseé por primera vez que se abriera la sentina y me tragara el agua. Deseé por primera vez que mi destino no fuera de despojos sino de descansar entera en el fondo blando. Deseé por primera vez haber sido pez.
    De pronto, un levísimo movimiento respondió a mi letanía. Sentí alivio al saber que estaba vivo pero presentí al mismo tiempo que nada bueno podía pasar porque estaba echado sobre su espalda en el piso de la cabina, inmóvil y casi sin respirar. Supe, simplemente supe de esa manera en que sólo yo sé, que algo no estaba bien con su corazón. Y entonces el mío se partió en dos.
     
    La escollera estaba desconsoladamente cerca y podía divisar ya nuestro inevitable destino cuando, de improviso, sentí un golpe y quedé sin dirección. Cuatro tornillos y cuatro tuercas rodaron en fila india por el copit y se escabulleron al agua por el imbornal de estribor. El piloto automático quedó colgando grotescamente, inútil para toda función. La caña, librada a su albedrío, se bandeó con violencia. Me fui bruscamente a la orza hasta ponerme al viento y ahí quedé, a la deriva, abatiendo suavemente y balanceada por las olas, con la proa apuntando a algún punto entre el oeste y el sur.
    Cuando nos encontró Prefectura, las velas gualdrapeaban, Santana seguía sonando en un sinfín de corazones espinados, y él yacía sobre su espalda respirando con dificultad. Cerca ... pero todavía lejos, oscilando entre la aleta y el través, la escollera desperazaba las primeras horas de esa mañana oriental.
     
    Hoy ha venido a visitarme por primera vez desde entonces. Se lo ve muy bien. Casi se puede decir que es el mismo de antes. El de siempre. El.
    Acaricia con la mano la caña en el lugar de los tornillos ausentes y pone cara de incredulidad. Cómo pudo suceder? Eran tornillos pasantes. Tenían que asegurar la placa metálica contra la cara inferior de la caña. Era la pieza que permitía encastrar el piloto automático a la caña. El había cuidado especialmente la seguridad de la pieza. La había controlado periódicamente. Como hacía con todo. Lo podía recordar. Cómo fue posible entonces que zafaran los tornillos? Los cuatro? Dónde fueron a parar? Cómo se pudieron salir? No lo sabe él. Su orgullo le impide aflojar la culpa de lo que considera una grave negligencia de su parte, generándole una corriente de sentimientos contradictorios entre los que prevalece el agradecimiento a la vida por darnos esa oportunidad.
    Claro que fue providencial! Nos salvó la vida! me dice mientras sigue frunciendo el ceño en señal de incomprensión.
    Su convicción atea le impide alzar la vista para encontrar una respuesta milagrosa y la casi imposibilidad física del suceso lo llena de perplejidad.
    Navegará muchos años más, y seguirá siempre contando la historia de los tornillos desaparecidos que nos salvaron la vida la vez que sufrió un ataque al corazón.
    El río convertirá en leyenda nuestra salvación. Se hablará de milagro. Se hablará de fantasmas. Se hablará hasta de amnesia, de seres extraterrestres, de ángeles y vaya a saber de qué cosas más.
    Yo sólo sé que en la mañana de aquel inolvidable martes 13 otoñal ... la cubierta estuvo llena de duendes haciendo desmanes que no alcancé a detectar.



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    Aparicio


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    DUENDES Empty Crees en los Duendes?

    Mensaje por Aparicio 4/6/2016, 11:35

     "Ese día, la casa estaba llena de duendes."

     


    "Mis condolencias sujetan su alma a una brutal represion esperando apaciguarse o confía en el paso del tiempo como otra solucion para encontrar la calma. Pero te pone loco en las noches rogando entrar en los confines mas oscuros. Después te arrodillas ante el amor maternal suplicando ternura.
    Por la noche la soledad desespera. Que por la noche la soledad desespera
    Por la noche la soledad desespera
    Esperan por ti. Esperan por el. Esperan por mi. También por aquel."


                LOS GUARDIANES DE LA SOLEDAD DE AMALIA


    Había vuelto al cementerio despues de la tormenta. Su excusa era ver si las flores aún estaban bien. Y sí, lo estaban, tenían apenas 24 horas.
      El primer rayo de sol que los nubarrones dejaron pasar esa tarde, se posaron en su tumba, la de su hija. Sonrió, como lo hizo todas las veces que fue a visitarla en esos 23 días. Jamás lloró. Sólo dialogaba con ella en silencio. Se notaba por sus muecas que le hablaba, por sus gestos, que la escuchaba, por el recorrido de sus dedos, que la acariciaba.
    La pequeña placa de bronce anunciaba su nombre: "ELENA", debajo casi imperceptible, la figura grabada de un duende. Elena amaba a los duendes.
                Antes de retirarse quitó una hoja dorada que tapaba parcialmente la inscripción y la guardó en su bolso. Amagó un saludo imperceptible, giró lentamente y se marchó. Dió unos pasos, tres o cuatro y algo la detuvo, miró hacia atras sobre su hombro derecho, fijó la mirada en Elena unos instantes y volvió a sonreir. 
    La puerta del pasillo siempre le ocasionaba problemas, la vieja llave se atascaba y una vez abierta, había que darle una patada en el borde inferior para destrabarla del marco oxidado. Su casa era la del fondo. Apuró el paso intentando no darle tiempo a su vecina que, si la hubiese escuchado, habría salido a su encuentro. No quería hablar con ella. Estos días no quería hablar con nadie.
    La casa estaba fría y la humedad se había apoderado del lugar. 
    Tomó los fósforos de la cocina, abrió el gas de la estufa e intentó encenderla. Uno a uno, los fósforos iban fallando, algunos ni si quiera prendían, los dejaba caer de su mano displicentemente hasta que no lo volvió a intentar. Otra mueca se dibujó en su rostro, era de aceptación. 
    Sacó de su bolso esa hoja que había recogido en la tumba de su hija. Con la taza de te y la hoja dorada, Amalia entró al cuarto de Elena. Allí como tantas veces recorrió sus fotos tomando una por una y volviendolas a su lugar. La hoja la dejó junto a uno de los quince duendes de Elena, el que ella más quería, el que llevaba a todas partes, el que la acompañó en todas sus internaciones, ese duende que el Dr. Laurens le regaló cuando salió de su primer operación. Todos los demás formaban el ejército de Laurens, así lo nombró cuando llegó a su vida.
    Sobre su silla de ruedas descansaban los cuatro duendes de la felicidad. Los seis que montaban guardia a los pies de su cama eran los duendes de los buenos sueños y los otros cuatro que colgaban del techo, Elena los llamo: Los Duendes del Cielo, como si hubiese adivinado que una batalla se iba a librar por esos lados.
    Laurens estaba en todas sus fotos, en algunas con los soldados, en otas con su madre. En una de ellas aparece Elena en su silla, el Dr. Laurens a su derecha y Laurens apoyado en su regazo. En todas, se destaca su sonrisa, su alegría, su belleza.
    Amalia se sentó sobre la cama, terminó su té y se recostó suavemente. Se quedó dormida. Anochecía.
    Al amanecer, Amalia sintió frío, se levantó  enojada. Miró a los duendes de manera desafiante mientras cerraba la ventana, luego fijó la mirada en Laurens y lo señaló moviendo su dedo índice. Salió del cuarto, trató nuevamente de encender la estufa, pero la garrafa se había agotado.

                                                                                                         D.Y.
    Miguel Del Giudice
    Miguel Del Giudice


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    Mensaje por Miguel Del Giudice 4/6/2016, 13:42

    DUENDES PROTECTORES

    Italia. Segunda guerra mundial.
    Con agresividad, golpean la puerta de la vieja casa medieval y, sin esperar respuesta,  la empujan e ingresan violentamente dos oficiales nazis.
    Giusepina les grita en italiano, reclamando el atropello y la invasión.  
    A ellos no les interesa.
    Los niños se amuchan en un rincón, protegidos por la hermana más grande, que abraza a todos como si fuera una gallina con sus pollitos. No lloran ni gritan, están acostumbrados.
    Hace más de tres meses que ese pequeño pueblo esta ocupado.
    Los malditos cerdos se sienten protegidos ya que la ciudad esta sitiada.
    El control lo tiene un nido de ametralladoras en el campanario de la iglesia, y desde ese lugar pulverizan a cualquier transeúnte que no tenga el uniforme del ejército alemán.
    Uno de los intrusos trae un pollo vivo en su mano y lo golpea contra el pecho de esa mujer, que hace pocos días estrena su estado de viudez.
    Con señas le exige que lo cocine. Giusepina, fiel a su fuerte carácter, se resiste y los insulta, el intruso la toma del brazo y la zamarrea, mientras con el índice de su mano derecha hacia abajo, le señala el arma que lleva en su cintura.
    El otro oficial revisa toda la casa, en su recorrido toma una botella con el contenido por la mitad y la coloca sobre la mesa de madera labrada.
    Los dos miran la botella y hablan aparentemente sobre su contenido.
    La mujer, mientras despluma el pollo, no les quita la vista de encima a los agresivos intrusos, no los quiere perder de vista, ya que ¨pescó in fraganti¨ a uno de ellos observando a una de las niñas.
    Giusepina, en referencia a lo sucedido, los vuelve a insultar y golpea el cuchillo sobre la mesada de piedra, vecina a la cocina a leña, cosa que ellos no  se dan por enterados.
    Su cabeza no para de atravesar miles de situaciones, piensa en veneno, cuchillos clavados, golpes. Pero sabe que puede traer consecuencias nefastas para lo que queda de su familia. Tiene la sensación de que los tiene en un puño, pero no sabe qué hacer.
       
    La  botella huele a alcohol y los imbéciles no se pueden resistir a beber aun sin saber de qué se trata.
    Mientras hablan a los gritos y se ríen desagradablemente a carcajadas, sucede algo inesperado e inexplicable, se abre misteriosamente la pequeña puerta de  un cristalero y empiezan a caer finas copas estrellándose contra el piso, se miran sin entender lo que pasa.
    Giusepina aprovecha la confusión y, sin temor a la venganza, descarga todo el pimentero sobre el  pollo, que sirve en la mesa sin terminar de cocinar.
    Quiere que todo esto termine ya, y  liberarse de esta violenta invasión.
    Los nazis luego de tomar varias veces de la botella, transpiran y balbucean, mientras comen desaforadamente. Empiezan a sentirse mal.
    No se dan cuenta de la pimienta, ni de nada, están nerviosos, descompuestos y deciden salir de la casa llevando consigo la botella y dejando parte de su uniforme en la casa.   Giusepina, al verlos vulnerables, les arroja el recipiente lleno de cenizas sobre sus ropas y los termina de sacar de su casa a las patadas.
    Al salir tropiezan y caen en el medio de la calle, haciéndose añicos la botella con el contenido desconocido.
    La valiente mujer, temiendo una pronta represalia, se refugia en los sótanos de la vieja casa, con sus pequeños hijos. Ya no había más que hacer, la suerte estaba echada.
    Sólo le quedaba esperar el más terrible final para ella y sus pequeños.
    A los pocos minutos se escuchan tiros y corridas y el paso de un vehículo a gran velocidad. Ella teme lo peor…
    Luego de una noche salpicada de mil pensamientos tremendos, se sorprende al no recibir visita alguna.
    Una vecina por una ventana, sin poder ver sus rostros, con las paredes de la angosta calle como hilo conductor, le grita: -¡Hanno mazzado due tedeschi! (Mataron a dos alemanes!). Se confundieron y los ametrallaron desde lo alto de la iglesia de San Tomaso-. Giusepina se toma su cara y se larga a llorar, como quien fuera sobreseído de la pena de muerte. Se queda largas horas mirando los rayos de luz que logran atravesar la persiana de madera.
    Es este el momento en que empiezan las preguntas.
    ¿Quién trajo de la vid esa botella con el preparado que hacía el abuelo para matar los ácaros?
    ¿Quién abrió el cristalero y empujó las copas?
    ¿Con qué tropezaron los intrusos al salir de la casa destruyendo la prueba de lo que habían tomado?
    Sin duda que esa casa estaba  habitada por algunos individuos más.
    Quizás ángeles, espíritus guadianes o fantasmas protectores.
    Me animaría a decir que esa casa… esa casa, estaba llena de duendes.

    Miguel Del Giudice
     
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    analía polzoni


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    Fecha de inscripción : 05/06/2016

    DUENDES Empty Las escondidas

    Mensaje por analía polzoni 8/6/2016, 12:19

    Las escondidas


    Uno, dos, tres...el que no se escondió se embroma.
    ¿Dónde estás?. ¿En qué rincón te encuentro?.
    Camino con mi mente vagabunda hacia los lugares más recónditos de mi ser  y no te veo.
    Agudizo mis oídos para oír algún sonido que me de alguna señal tuya y no te oigo.
    Me detengo a saborear una taza de té de rosas para reconocer en su sabor algo que me conduzca hacia ti.
    Dejo guiar a mi imaginación por ese suave aroma a vainilla que coloqué en el interior de mi hogar para ver si de ésta manera sales de tu escondite.
    Acaricio una y mil veces mis escritos anteriores recordando con nostalgia cuando a mi lado te encontrabas. Pero solo acaricio  papel y tinta.
    Cuatro, cinco, seis...el que no se escondió se embroma.
    ¿Es que acaso se trata de un juego?
    ¿Te hallarás en el sensible corazón de algún enamorado?
    ¿Estarás acompañando los suaves, perfectos y sutiles movimientos de una bailarina?
    ¿Serás quien le susurre al oído la más tierna melodía a algún compositor?
    ¿Estarás inundando de belleza a la naturaleza?
    ¿Habrás hallado alguna  expresión artística en donde armar tu nido?
    Siete, ocho...el que no se escondió se embroma.
    No quiero seguir éste juego.
    Las hojas de papel vacías inundan de vacío mi alma.
    Nunca el color blanco fue tan gigante para mi corazón, que lo enfría, que lo apaga.
    Regresa a mí pequeño duendecillo inspirador de mis pensamientos extraviados, compañero de mis apasionadas frases.
    Camino por el living de mi casa. Me acerco a la ventana siguiendo el sonido de un cascabel.
    El frío del invierno empaña de lágrimas los vidrios, como si ellos supieran lo que a mí me sucede.
    El calor del hogar me llama  para cobijarme. El crujido de la leña desprende chispas juguetonas.
    Siento caer mis párpados.
    Inspiro suavemente  hasta que mi corazón se aquieta y mi mente se calma.
     Y a mi alma la dejo que fluya.
    Abro mis ojos y como por arte de magia, en un guiño simpático y cómplice, me indicas que allí te encuentras, que nunca te has ido de mi lado.
    Tu vocecita estuvo susurrando a mi oído cada palabra  que en ésta hoja deposité trazo a trazo.

    Nueve y diez...piedra libre!
                                                                              Analía Laura Polzoni
    La Recalada
    La Recalada
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    Fecha de inscripción : 30/04/2016

    DUENDES Empty Re: DUENDES

    Mensaje por La Recalada 8/6/2016, 16:45

    DUENDE
    De duen de [casa] 'dueño de [la casa]'.
    -Espíritu fantástico, con figura de viejo o de niño, que habita en algunas casas y causa en ellas trastorno y estruendo.
    -Encanto misterioso e inefable.
    -Andar alguien como un duende o parecer un duende: aparecer en los lugares donde no se lo esperaba
    -Tener alguien duende: Traer en la imaginación algo que le inquietaba.

    Esto dice el diccionario sobre los duendes.

    Hasta aquí, tenemos relatos de duendes que alteran las cosas, que las cambian de lugar, que acompañan, que inspiran, pero todos parecen espíritus protectores, traviesos pero amables, que aparecen y desaparecen pero que no abandonan.

    Y todos generan en la imaginación de los escribidores hermosas historias llenas de fantasía, de misterio, de magia, de color.

    Un placer leerlos escribidores! gracias!

    Son así tus duendes también? Contanos!

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