Nostalgia: "extraño cuando era feliz y no lo sabía"

Volver. Quién no conoce, quién no ha cantado estando fuera del pago este tangazo de Gardel y Lepera. Quién no le ha puesto letra y música a su nostalgia con este tango. A quién no se le cierra la garganta adivinando el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando su destino.


Yo adivino el parpadeo
De las luces que a lo lejos
Van marcando mi retorno
Son las mismas que alumbraron
Con sus pálidos reflejos
Hondas horas de dolor
Y aunque no quise el regreso
Siempre se vuelve al primer amor
La vieja calle donde el eco dijo
Tuya es su vida, tuyo es su querer
Bajo el burlón mirar de las estrellas
Que con indiferencia hoy me ven volver
Volver con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien

Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada, errante en las sombras
Te busca y te nombra
Vivir con el alma aferrada
A un dulce recuerdo
Que lloro otra vez

Tengo miedo del encuentro
Con el pasado que vuelve
A enfrentarse con mi vida
Tengo miedo de las noches
Que pobladas de recuerdos
Encadenan mi soñar
Pero el viajero que huye
Tarde o temprano detiene su andar
Y aunque el olvido, que todo destruye
Haya matado mi vieja ilusión
Guardo escondida una esperanza humilde
Que es toda la fortuna de mi corazón

Volver con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada, errante en las sombras
Te busca y te nombra
Vivir con el alma aferrada
A un dulce recuerdo
Que lloro otra vez

No se puede leer la letra del tango sin cantarlo.

Gustavo Adolfo Becquer, en una de sus más célebres “rimas”, le dice a su amada que todo volverá, todo se repetirá: las oscuras golondrinas en su balcón, las madreselvas en la tapia, las ardientes palabras de amor en sus oídos. Pero nada será como lo vivieron juntos, porque nadie la amará como él la amó. Es la necesidad del hombre de ser único, especial, distinto. De generar en los demás sensaciones irrepetibles. Sensaciones que nunca volverá a experimentar. Porque nadie la amará como él. Sin embargo, esto no es cierto. Sí es cierto en cambio que nada se repite. Nada vuelve. Porque ya lo dijo Heráclito: Nadie se baña dos veces en el mismo río.
La nostalgia entonces, ese deseo de que vuelvan las horas de mi felicidad, es un imposible.
 
Volverán las oscuras golondrinas
de tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a tus cristales,
jugando, llamarán.
Pero aquéllas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquéllas que aprendieron nuestros nombres...
ésas .... ¡no volverán !


Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquéllas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
ésas... ¡no volverán !


Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante el altar,
como yo te he querido...,desengáñate,
nadie así te amará .

Somos rehenes de nuestro recuerdo. El lugar donde nacimos será siempre una condena por cumplir, especialmente si hemos amado.

Y no nos damos cuenta  que lo realmente anhelado es solo un recuerdo, una imagen, algo irreal y pretender revivirlo es una utopía.

Recuerdo y olvido


La capacidad de olvidar que no fuimos del todo felices, nos recuerda un pasado ilusorio maravilloso, sonriente, divertido, en paz, armónico. Danzando en cámara lenta sobre una variedad de tonos monocromáticos, al ritmo de un corazón adolescente enamorado que vive en  eterna primavera.

Y mientras tanto leemos y releemos, interpretamos y re interpretamos,  aquello que fue.

Y mientras tanto el olvido, jugando a las escondidas, retorna travieso con  traje nuevo.

Y mientras tanto...el presente.

                                                   Analía Laura Polzoni

Hermoso tu comentario.

Ay, amigos, cómo a nuestro parecer todo tiempo pasado fue mejor...
Cuando lo único cierto es que todo tiempo pasado fue... pasado.

EL PAN GOLDSTEIN
Por Alita Wexler 


El viernes, Tatiana cumplió su promesa.
Cada reunión familiar se me acercaba con aspecto culposo y renovaba esa, su promesa que yo sistemáticamente olvidaba. Porque no quería ocuparme del tema. No quería generarme ilusiones sabiendo cómo las cosas cambian con el tiempo, y cómo el tiempo pasado no regresa jamás.
Pero el viernes se apareció por mi estudio con una bolsa de Ligier que contenía algo mucho más valioso para mí que cualquier vino que estén vendiendo en el alcohólico local.
Moreno, compacto, envuelto en transparente papel film,  casi diría que palpitante de vida y rebosante de sabor, adentro de la bolsa de Ligier estaba “él”.
 
Lo llevé a casa y lo guardé en una alacena un día entero. Tenía que decidir qué hacer con él. Regalarlo era la mejor opción. No quería rasgar el film y enfrentarme con una decepción. Era esencial mantener el recuerdo que de él había en mi vida intacto, tal como quedó inscripto la última vez que supe de él, cincuenta años atrás.
Pero la tentación pudo más.
Resignando temores y dietas, fui a la alacena, tomé con decisión al convicto criminal, abrí por una punta el film y saqué… cuatro rodajas. Sí señor. Ni una ni dos ni tres. Cuatro.
 
Ni bien las tuve en mis manos, el abuelo Feri se hizo presente y se hizo cargo de la situación.
Con su aspecto chapliniano, con ese bigote negro y corto y el negro bucle engrasado cayendo eternamente sobre su frente, su acento húngaro y su hoyuelo en el mentón, el abuelo Feri puso en un vaso grande (no en una taza, en un vaso) tres cucharaditas de azúcar. Sobre ellas echó un gran chorro de limón y mezcló todo hasta formar una pasta. Luego coló las hebras de té que llenaban el colador con agua hirviendo que iba cayendo con tonos ambarinos sobre la pasta de azúcar y limón.
Untó las cuatro rodajas con manteca que previamente ablandó al calor de la hornalla y me sirvió.
Nunca supe si el abuelo tuvo otra función en vida, pero esta le valió el cielo, lo puedo asegurar desde acá.
Y aquí estaba otra vez. Cincuenta años después. Sentado nuevamente conmigo frente a la bandeja con su "tei mit limene" y su pan Goldstein con manteca servidos sobre la mesa de la cocina de aquella casa que compartíamos en la calle Lavalle de mi Almagro natal.
 
Tatiana piensa que cumplió su promesa y me regaló un molde de pan.
Pero fue mucho más.
Me trajo de vuelta mi infancia, el abuelo con su bucle engrasado, la casa de la calle Lavalle y las veredas de Almagro donde solía jugar. El aroma del té y el limón mezclado con el de la manteca y el cereal. Esa sensación única, irrepetible de seguridad, de que nada me podía pasar. De que todo eso era inmortal. Yo, el abuelo, esas veredas, los juegos y hasta el pan.
Todo y eso y mil recuerdos más me trajo de regalo Tatiana con su molde de pan.