LAST CALL
-Por qué llegue a los 48 años soltera y sin hijos?. –Qué fue lo que me pasó? Estaré casada con el trabajo? Tendré poca paciencia? Estoy por entrar en la menopausia y el reloj biológico me está marcando el tiempo. Last call... , dicen en los aeropuertos, siento lo mismo…
-Ana tenés una guardia psiquiátrica en el barrio de Belgrano. Me dijo mi jefa.
-Tenés idea de qué se trata, pregunté. No me gusta la hora. Justo a las 22, cuando está por venir el cambio de guardia me tienen que llamar...
-Llevá medicación inyectable . -Por qué? pregunté.
Se trata de un psicótico encerrado en su casa que no deja entrar a nadie, ni siquiera a su madre. La mujer llamó desesperada tiene miedo que se quiera matar.
Agarré del botiquín alopidal inyectable, con efecto para 30 días y fui hasta el estacionamiento, puse en marcha el auto y empecé a escuchar mi música favorita. Kevin Johansen y ese tema que canta con Lila Brown: Baja a la Tierra.. Todo el día conviviendo con la locura. A veces siento que no puedo distinguir lo real de lo imaginario.
Mientras manejaba me puse a pensar por qué había decido estudiar psiquiatría. Obviamente era para tratar de comprender a mi padre. Un día le dijo a mi madre que salía a comprar cigarrillos y todavía lo estamos esperando… Eso sucedió hace 40 años. Tiempo después recibimos correspondencia de él desde Italia, se había vuelto a casar y tenía una panadería en Calabria.
Pienso en Calabria y pienso en la mafia. Cómo me hubiera gustado mandarlo a matar a ese hijo de puta.
Por suerte y gracias a mi analista pude entenderlo un poco. Según parece mi viejo tuvo un brote psicótico, no pudo soportar la realidad y tomó la salida más inofensiva para todos: la huida.
Y ahí estaba yo en el auto camino a atender a otro psicótico, otro más que no se banca la triste realidad de su existencia, otro que no puede ser feliz.
Llegué a la puerta de la casa, Mendoza 2100, en pleno barrio de Belgrano.
Toqué el timbre y ahí estaba una señora de unos 80 años muy distinguida.
-Buenas noches señora, soy la médica psiquiátrica que llamó por Medicus.
-Qué suerte que vino doctora, encantada, me llamo Margarita Ortiz de Campo.
-Me dijeron que tiene un problema con su hijo- le comenté.
Su mirada me dijo todo, no había más lágrimas, la desazón y el desasosiego eran infinitos.
-Como se llama usted? me preguntó. Noté que habíamos hecho transferencia, le caí bien de entrada, sintió que había llegado su salvadora.
-Me llamo Ana, respondí. –Que está pasando con su hijo?
-Carlos hace dos días que está encerrado en su cuarto y no quiere salir. Ya intenté todo lo posible. Le habla al televisor y desde la puerta se siente feo olor, tengo mucho miedo Ana- exclamó tristemente la anciana.
Margarita, me aclaró que su hijo es médico patólogo, que tiene 50 años y que la mujer lo abandonó.
-Se jodió por esa hija de puta, lo enloqueció al pobre. Cuando vivía conmigo no estaba así.
Típico caso de Edipo no resuelto pensé, sumado al abandono, el combo perfecto.
Subí las escaleras, el cuarto estaba en el segundo piso.
-Carlos buenas noches, como anda?- le pregunté para empezar.
Silencio del otro lado de la puerta..
-Carlos, como está, soy Ana, repetí sin mucho entusiasmo.
-Cómo voy a estar respondió, mal muy mal. En todos los noticieros están hablando de mí. En este momento Santos Biasatti me está nombrando. Dice que me van a sacar la plata que tengo en el banco por pelotudo. En otro canal Mauro Viale anda diciendo que el campo de Bragado es de mi hermana y no mío, y que encima tiene rocas, cuando todo el mundo sabe que es la pampa.
En eso se me ocurrió la palabra justa, con esta me abre pensé. -Carlos le vengo a arreglar el televisor, le prometo que se lo dejo en perfectas condiciones, ya no van a hablar más de usted, quédese tranquilo.
En ese momento se abrió la puerta, y me sorprendí al ver a un hombre buen mozo y de mirada fuerte detrás de su enfermedad y su ropa sucia. Era un hombre de clase social alta atravesado por la demencia. Esta entra y no pide permiso, arrasa sueños, proyectos, vidas.
No hay nada de romántico en la locura, sólo tristeza, aislamiento y sufrimiento.
Estoy muy entrenada en esto de las guardias y los pacientes extremos, en un momento, mientras me indicaba dónde se encontraba el televisor, aproveché que tenía el pantalón medio caído, lo agarré de la cintura suavemente y le aplique el alopidal inyectable.
Nuestras miradas se cruzaron, creo tuvo un minuto de lucidez, dentro de su delirio. -Con esto vas a dormir y vas a estar mejor, mientras tanto yo me llevo el televisor a arreglar.
-Mañana vuelvo a ver cómo sigue, le dije a la madre.
-Gracias Ana, sos una genia. Quisiera que Carlos inicie un tratamiento con vos en forma particular, te pago lo que me pidas..
- Me parece bien Margarita, acepto el desafío, dada la situación de Carlos me parece conveniente atenderlo tres veces por semana, la sesión a domicilio la cobro $ 2000, le parece bien?
-Lo que me pidas está perfecto si es para que Carlos esté bien!.
Y así fue atendí por varios meses a Carlos, llegó a mejorar bastante, pero su delirio y su desconexión con la realidad eran de larga data. Logré que pueda sostener una vida relativamente normal con su madre. El televisor dejó de hablarle pero jamás se recuperaría.
Seis meses después estoy recorriendo los pasillos de la guardia y aparece Gabriela, mi jefa.
-Ana, tenés una emergencia, es en Palermo, hay una mina que se quiere tirar del balcón.
-Gabriela no voy a poder ir, estoy embarazada, el obstetra me recomendó que baje los decibeles, mandalo a Guillermo.
-Qué alegría Ana no me contaste nada, ni se te nota, desde ya, quedate tranquila, lo mando a él. -Una pregunta, no lo tomes a mal, como sé que estás sola, se puede saber quién es el padre?
-Me inseminé, es un donante anónimo, no podía dejar pasar más tiempo, ya voy para los 50.
Gabriela se quedó sorprendida, como dudando de la respuesta y se fue cabizbaja a continuar con su trabajo.
Qué metida que es la gente. Pero qué me importa, yo estoy feliz, lo único que pido es que no herede la locura del padre.
María Alejandra Zazzini